Señores y señoritas, me llamo Juan, Juan Gabriel Lescano…
y tengo veintinueve años. Nací en el Instituto Médico de Obstetricia, en el
barrio de Balvanera de la Capital Federal, pero crecí y me crié en Lanús Oeste,
provincia de Buenos Aires. Cosas que recuerdo de la infancia son las milanesas
de mi vieja, los fideos a la bolognesa de mi abuela y la pizza del patio de
comidas del Alto Avellaneda. Mi signo es Piscis, como el de García Márquez,
pero lo siento: esto no es necesariamente apropiarme del estilo del Gabo; es
tan sólo hacer uso de lugares comunes.
Al comienzo pensé en aprovechar la coincidencia del signo
de Piscis y del nombre Gabriel para justificar este estilo. Pero mientras
escribo me doy cuenta de que la apropiación de un estilo no se basa en la repetición
de palabras y frases como “Gabriel”, “Piscis”, “lugares comunes” o “lo siento”,
sino en la comprensión del tono y la actitud del autor.
Hay una falsa modestia en el Gabo, siendo el escritor que
es, cuando dice que escribe por timidez, que pelea a trompadas contra las
palabras (que es bruto para escribir) o que no sabe lo que es la literatura.
Quizá sea cierto, no dudo que sienta timidez o de que desee que sus amigos lo
quieran más, pero también es cierto que reconoce que su ser escritor es un mérito descomunal y que, siendo un premio nobel,
se anima a sugerir una utilidad humana del terrorismo.
Así que bueno…
Me encantaría dedicarme a la escritura pero no estudio
Letras porque no tengo la paciencia suficiente. Prefiero estudiar Artes, que me
resulta más hedonista. Por otro lado, salen más escritores de la Facultad de Ciencias
Sociales que de Filosofía & Letras, ténganlo en cuenta.
Me encuentro indeciso entre dos especialidades dentro de
la carrera de Artes. Las alternativas son artes
combinadas (cine y teatro) o artes
plásticas. Vocacionalmente, mi arte es el cine. Aprendí el hacer
cinematográfico en el Centro de Formación Profesional del Sindicato de Cine, el
S.I.C.A., y actualmente me expreso realizando cortometrajes con amigos de otras
facultades. Pero en esta carrera, una mitad completa de las artes combinadas es
el teatro y esa mitad no me atrae tanto. Dudo si puedo dedicarle el cincuenta
por ciento de mis esfuerzos a un tema que no me interesa profundizar en
demasía, entonces, la opción de las artes plásticas me resulta una variante
interesante. En todo caso, sería ideal que las artes combinadas fueran el cine
y la literatura o el cine y la pintura, pero eso, por el momento, es una
fantasía.
Creo en los géneros y los disfruto. Los que más adoro son
los que imaginan mundos imposibles y situaciones improbables: la aventura, la fantasía y la ciencia ficción.
Últimamente también me atraen los policiales; esto es interesante… quizá, al acariciar los treinta
años, mis gustos se están tornando más mundanos. Permanecen en mi recuerdo,
cada vez más frecuentemente, imágenes que observo desde el colectivo o situaciones
que me ocurren en la calle.
La otra vez, por ejemplo, vi a un cieguito acercándose a
la salida de la estación de subte Puan y lo tomé del brazo para ayudarlo a llegar
a las escaleras eléctricas. Hablamos por un momento (no me acuerdo su nombre)
hasta que el cieguito sintió que nos encontrábamos afuera y me dijo “nooo, yo quería ir adentro, hermano”; y
siguió “adentro está calentito…”
Claro, él quería traspasar los molinetes y bajar al
andén, porque afuera era invierno y hacía frío; pero como él era ciego y yo
estaba apurado, lo vi alineado con la escalera mecánica y me apuré a
facilitarle la salida.
Dimos media vuelta y volvimos a bajar hacia la estación.
Pero yo ya estaba llegando tarde a una clase y me preocupaba que no pudiera
acompañarlo más allá de los molinetes. Por suerte, otra persona que se
encontraba allí tomó del brazo al cieguito y lo ayudó a seguir y yo me
desentendí del asunto.
Escribo, en última instancia, para expresar ideas. Y las
ideas que genera el mecanismo de mi mente terminan siendo recuerdos ilustrados
como peripecias, a la manera de las imágenes que vi en la televisión cuando era
niño. La verdad, yo debería estar filmando películas como Parque Jurásico, pero
la realidad es que no me alcanza la personalidad para competir en la industria
cinematográfica y que, por más expresivo y artístico que sea, el cine, y en
especial el cine de efectos especiales, es un medio muy costoso. La literatura
me permite hacer explotar planetas o revivir dinosaurios sin gastar nada... más
que palabras, tinta y alguna que otra resma de hojas A4. A fin de cuentas, en
efecto, este es un lugar seguro, y solitario. Quizá no sea un gran escritor, o
mejor dicho, un escritor literario, sin embargo soy un orador grandilocuente.
Antes que redactar textos, prefiero registrar las ideas que se me ocurren
cuando pienso en voz alta. Esa es la suma de mi proceso.
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