lunes, 29 de junio de 2015

Vitt_rio _nos S.A.



           “Apreté el billete de cien pesos en la mano mientras iba por Brandsen hacia la estación. La vista de las calles llenas de gente de compras y bañadas en luz de mercurio me hizo recordar el propósito de mi viaje. Me senté en un vagón de tercera de un tren vacío. Después de una demora intolerable, el tren salió lento de la estación y se arrastró cuesta arriba entre casas en ruinas y sobre el río rutilante. En la estación de Baradero, la multitud se apelotonaba a las puertas del vagón; pero los conductores la rechazaron diciendo que éste era un tren especial al circo. Seguí solo en el vagón vacío. En unos minutos, el tren se arrimó a una improvisada plataforma de madera. Bajé a la calle y vi en la iluminada esfera de un reloj que eran las diez menos diez. Frente a mí había un edificio que mostraba el mágico nombre”.

            VITTORIO HNOS. S.A. El cartel dominaba el frente de la fábrica. Unas letras gruesas, de chapa negra, sobresalían del borde de la pared. Sobre la cara de cada letra, la misma letra se repetía rotulada en tubos de neón. El brillo rojo-anaranjado deletreaba sobre un fondo negro el nombre de la familia Vittorio. El diseño de la tipografía se completaba con extrusiones de cobre sobre los bordes de las letras. El cobre había sido pulido con una finura tan exagerada que saturaba el brillo del neón.

            Un desperfecto técnico menguaba la arrogancia del cartel y retrocedía toda la fábrica en el tiempo, a los comienzos toscos y humildes de la empresa; la O del medio y la H no funcionaban, se leía "VITT RIO  NOS. S.A."

La fachada del edificio abarcaba toda la cuadra pero la fábrica sólo ocupaba un tercio de la manzana. Era un edificio de ladrillos rojos con amplios ventanales en el frente (orientado hacia el Este) que aprovechaban la luz de la mañana. Debajo de los ventanales, tres rectángulos gigantes interrumpían las hileras de ladrillos. Eran las persianas enormes de las aberturas por donde se cargaba la mercadería a los camiones para luego ser distribuida por todo el Norte de la provincia de Buenos Aires. Un sin fin de calles, esquinas y plazas eran iluminadas por las noches con las lámparas de descarga de gas que fabricaban los hermanos Vittorio.

Las tres persianas se elevaban un metro sobre el suelo para acomodar la altura de los camiones, que mañana remontarían las vías del tren, hacia las carpas del circo. A su izquierda, justo antes de la vuelta de la esquina, se encontraban abiertas las hojas pesadas de un portón de acero por donde entraban los obreros a la planta.

Podía oler las emisiones del fósforo, el mercurio y el neón —y quién sabe qué otros gases— que utilizaban para fabricar los tubos fluorescentes y las lámparas de arco. Todavía apretaba el billete de cien pesos en mi mano. ¿Habría sido un viaje exagerado, para renovar una única lámpara en una cancha de futbol? Sabía que aquí me podrían aconsejar correctamente acerca de la instalación eléctrica del club; en todo caso, tan sólo esperaba que el circo, en su afán de hacer brillar las carpas, no hubiera agotado todas las existencias.

1 comentario:

  1. La descripción está lograda.
    Tal vez mejore el ritmo del texto si revisás y modificás en algunas ocasiones el uso de pasado imperfecto

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