lunes, 29 de junio de 2015

Otra raza de cine



Película: Una rosa para Emily
Dirección: Werner Herzog
Guión: William Peter Blatty
Fotografía: Stefan Czapsky
Montaje: Chris Lebenzon
Música: Danny Elfman
Intérpretes: Reese Witherspoon, Brad Pitt, Billy Bob Thornton, Laurence Fishburne, Tommy Lee Jones, Kathy Bates, Louise Fletcher.
Duración: 95 minutos
Calificación: 4/5 – Muy buena



            La primera imagen que vemos es una puerta cerrada del lado de adentro. La cámara se acerca al borde de la puerta, por encima del picaporte, que queda fuera de cuadro, y se abre la puerta para revelar al gentío de Jefferson, en Mississippi, una ciudad ficticia de un condado ficticio, inventados por William Faulkner, allá por mil novecientos treinta. El gentío, abarrotado en el porche de lo que se muestra como una casona enmohecida y desatendida, entra lentamente. La cámara les deja el paso, sin nunca hacer un corte, y se acomoda para seguir a la multitud hacia el interior de la casa. A la cabeza de la fila, dos actrices curtidas avanzan con rostros secos y severos. Son Kathy Bates, la que fue la enfermera Annie Wilkes en el filme Misery, y Louise Fletcher, otra enfermera famosa, la severa Ratched de Atrapado sin salida. El gentío avanza hacia un salón oscuro a la izquierda de la puerta, mientras la cámara se rezaga ante unas escaleras ominosas que conducen a una planta alta. La oscuridad, el color negro, se vuelve más denso con cada escalón que asciende. Se oyen expresiones de sorpresa, llantos y comentarios en voz baja. La cámara gira hacia la izquierda, retoma las espaldas del gentío y avanza más allá de la multitud; por un momento, uno sospecha que Kathy Bates ha visto directamente al centro del lente, hacia el público en la sala de cine, que está a punto de descubrir un cuerpo muerto en el centro de la habitación. En una sólida cama de nogal, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el maquillaje soberbio de Rick Baker, yace Reese Witherspoon interpretando a la pobre Emily Grierson, papel que probablemente le merecerá algún Oscar o Golden Globe el año próximo. La imagen se acomoda una vez más: por encima de la cabecera de nogal yace un retrato a lápiz de Billy Bob Thornton, que ha de interpretar al padre de Emily en el filme. Sobre ese rostro cruel y arrugado se imprime el título “Una rosa para Emily”.
            Werner Herzog, director alemán de setenta y tres años radicado en Los Angeles, California, ha abierto el festival de Cannes de este año con un moderno Prometeo, una película tosca como la criatura del Dr. Frankenstein, pero fascinante en su concepción. Como la reciente Birdman, de Alfonso Cuarón, o El arca rusa, de Aleksandr Sukorov, allá por el año 2002, Una rosa para Emily pretende ser un único plano continuo, fluido y sin cortes, que Herzog logra moldear con virtuosismo para darse el lujo de respetar las anacronías en la estructura original del cuento de Faulkner. La historia presenta cinco episodios en un orden no lineal, icronológico, como lo hacen con frecuencia las películas de Quentin Tarantino. La historia que cuenta es la vida de Emily Grierson, una solterona ermitaña heredera de la tradición Confederada del sur de los Estados Unidos, que ha crecido subsumida a los mandatos de un padre dominante y sobreprotector, cuya autoridad pesará sobre ella aún después de su muerte.
La ya crecida y “legalmente rubia” Reese Witherspoon interpreta con solvencia y dedicación a Emily, este personaje triste y trágico, “mezcla de Norman Bates y Scarlett O’Hara”, según el propio Herzog la describe. Es interesante reconocer que muchos actores y actrices con talento, como es el caso de Witherspoon, han llegado a la fama interpretando papeles menores o banales, pero que con el paso de los años, y una posición más afianzada en la industria, han sabido balancear sus carreras entre comedias ligeras que les permiten costear sus lujosas mansiones, y apuestas extrañas como lo es esta Rosa para Emily, de Herzog.
Luego del descubrimiento de su muerte, nos enteramos que la vida de Emily ha sido una decepción tras otra. Emily se había esforzado por escapar del mundo reprimido que su padre construyó a su alrededor dentro de ese caserón, que, en efecto, es reminiscente de la casa de Norman Bates en Psicosis, no ya por su arquitectura, sino por la forma en que se la presenta, iluminada y encuadrada como “una historia tenebrosa en vibrante Technicolor”; así la califican Stefan Czapsky y Rick Carter, director de fotografía y director de arte, respectivamente.
“Werner quería que le construyéramos un mundo como el de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, para que luego él lo encuadrara como si fuera una película de Alfred Hitchcock”, explicó Rick Carter en la rueda de prensa posterior a la proyección del filme, en Cannes. La referencia a Hitchcock debe haber sido una estrategia que Herzog utilizó para convencer a su equipo técnico de crear un diseño de producción clásico, del Hollywood viejo, de fines de los años 30, principios de los 40, la época en que se hizo Lo que el viento se llevó (y una década posterior a la publicación del cuento de Faulkner), pero el producto final no es para nada una película clásica ni un suspenso de Hitchcock.
Lo único que puedo decir que no me agradó del film es que es demasiado autoconsciente, demasiado contemporáneo, para su propio bien. Herzog ha adaptado la historia de Faulkner a la época actual, convirtiendo la película en un acontecimiento del presente. Así, los flashbacks que narran los episodios de la juventud de Emily nos retrotraen, desde el año dos mil quince, hacia finales de los años ochenta, pero dentro del hogar Grierson, Emily y su padre siempre vestirán ropa de los años sesenta.
Esta adaptación conserva el tema de la Guerra de Secesión (subyacente en el cuento de Faulkner) pero el manejo referencial se mantiene muy sutil. Un viejo uniforme confederado, probablemente una herencia de algún ancestro de Emily, yace enmarcado en la pared del despacho del padre de Emily. En otra escena, la postura histórica de la familia Grierson es establecida cuando Emily expulsa a un pretendiente, un muchacho que viste una chaqueta de color azul (el color de las chaquetas de la Unión), porque su padre dice que “dentro de su hogar, nadie ha de vestir ese color”.
Billy Bob Thornton interpreta al Sr. Grierson como un señor terrateniente de humor corto, que aprieta en todo momento un látigo entre sus dedos envueltos en guantes con flecos de cuero. El sonido del cuero estrujado contra el mango del látigo acompaña a Thornton cada vez que aparece en escena. Cabe destacar aquí que la película desarrolla a los personajes manteniendo al mínimo posible los diálogos. En la puesta de Herzog las personas son presencias ominosas (fantasmagóricas en el caso de Kathy Bates y Louise Fletcher) y seductoras o arrogantes en el caso de Brad Pitt, que interpreta el papel de Homer Barron.
Cuando Emily conoce a Homer y comienza a pasearse por la ciudad con él, este ha de ser el momento más feliz de su vida, pero la felicidad no durará mucho. Cuando ella quiera casarse, Homer revelará no ser del “tipo de hombres que se casan”, para luego desaparecer y no ser visto nunca más. A partir de este punto, la vida de Emily se hunde en la depresión y comienza a salir cada vez menos del caserón, hasta convertirse en un personaje de los rumores en los labios de los vecinos de Jefferson. Estos rumores hacen referencia a olores pestilentes que emanan de la casa y a extrañas compras que había hecho Emily, cuando todavía se la veía deambular por la ciudad: arsénico y un juego de objetos de tocador para hombre con las iniciales “H.B.” Se asocia en el ideario colectivo la huida de Homer con la compra del arsénico y los vecinos llegan a especular que Emily ha de estar contemplando el suicidio. Sin embargo, el secreto que el hogar Grierson oculta es mucho más estremecedor.
El cuento de Faulkner está contado por un narrador testigo, partícipe de la historia como un miembro más de la comunidad. En la lectura del cuento se puede llegar a especular que este narrador ha sido uno de los muchos pretendientes que Emily rechazó durante años, cuando su padre todavía vivía. Sólo con Homer Emily rompió ese ciclo, dejándolo entrar en su vida. En esta adaptación de Herzog, la narración también está contada en primera persona. Esa cámara sin cortes, que no respeta el orden cronológico de los acontecimientos a pesar de presentarse como un extenso plano-secuencia, es la mirada subjetiva del personaje de Tobe, el negro. La cámara en primera persona, es el sirviente de los Grierson, el único hombre que vivió con Emily durante toda su vida. La película completa es su punto de vista.
Este recurso no es un invento de Herzog, la cámara en primera persona ya se ha utilizado con anterioridad. La película Enter the void, de Gaspar Noé, cuenta lo que es el viaje de un alma desde que abandona el cuerpo de un dealer, muerto a balazos en el baño de un bar en Japón, hasta que logra reencarnar en el bebé que su hermana está a punto de parir al final de la película. Enter the void, como relato completo, es un recorrido metafísico en primera persona a través del proceso de la reencarnación; Una rosa para Emily, de Herzog adapta este proceso al narrador testigo del cuento de Faulkner pero identifica al narrador con el personaje de Tobe. Así, la cámara nos permite presenciar la vida privada de Emily dentro de la casa y salir al mundo cada vez que el negro ha de hacer un mandado. Cuando los vecinos se le aproximan para intentar sacarle algún chisme acerca de su ama y señora, los actores miran a cámara, directamente hacia el público. Aquí es donde la película es, quizás, demasiado inteligente para su propio bien, tan moderna que obnubila el sabor clásico del relato de Faulkner y resignifica la estética sureña (estadounidense) de Lo que el viento se llevó.
Los personajes, y en especial Homer Barron, tratan al público (que ve lo que ve el negro) como si la esclavitud todavía existiera en el presente. No falta dentro del caserón una televisión sonando fuera de cuadro, que relata la noticia del policía de Carolina del Sur que mató a un hombre negro que huía de la escena de un crimen, en abril del 2015.  Herzog ha encontrado en el cuento de Faulkner un vehículo para hacer un comentario político sobre la vigencia del racismo en algunos sectores del territorio de los Estados Unidos. Su inventiva y maestría nos permite de todas formas gozar también de un aspecto melodramático al presentar, como lo es quizás el narrador del cuento, al negro como uno más de los pretendientes frustrados de la señorita Emily.
Al final de la película, el mecanismo de esta adaptación hace entrar al negro, junto con las primas de Emily y los funcionarios de Jefferson al cuarto de la planta alta, al final de las escaleras. Cuando encuentran el cuerpo cuasi-momificado de Homer Barron en el lecho de Emily, el negro se ve en el espejo del mueble de tocador y por primera vez vemos un primer plano de Laurence Fishburne, que mira hacia el público a través del espejo, y una transición, indudablemente generada por computadora, le rejuvenece la cara. Presenciamos una última analepsis hacia el momento del pasado en que Emily le pide a su sirviente que vierta el arsénico en la bebida nocturna de Homer. Ese instante fugaz es interrumpido, y nos regresa al presente tenebroso del final de la historia, cuando uno de los funcionarios grita “¡Atrápenlo!”. Entonces, la cámara se apura a saltar por la ventana del cuarto, dejando a los gritos indignados atrás, ahogándolos en el fuera de campo, y se adentra en un callejón a los tropezones para fundirse, literal y simbólicamente, a negro.
Al final de la proyección, como es de costumbre en Cannes, el público estaba dividido: la mitad de los concurrentes aplaudieron la película y la otra mitad la abuchearon. En mi humilde opinión, prefiero los relatos clásicos en tercera persona, donde la ficción no me increpa directamente como espectador; atrapado en el mundo real, no me gusta ser la segunda persona de una ficción. Habiendo hecho esa aclaración, debo reconocer que Una rosa para Emily es una película magnífica porque juega y extiende los límites de la comunicación en su tratamiento de la ficción, al mismo tiempo que comenta el presente socio-histórico que engloba y preexiste a su propia realización. Películas así merecen existir, por más extrañas o increpantes que me resulten, de lo contrario, estaríamos nosotros también cayendo en alguna forma de racismo.

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